Todas estas semanas no he parado de despertarme en mitad de la noche sin motivo alguno, pero ya por fin he dormido del tirón. Al parecer no solo mi cuerpo ha agradecido una noche de descanso sin interrupciones sino también mi subconsciente, que me ha deleitado con un merecedor de una megaproducción de Hollywood. Os lo resumiré. Llegó a mi casa por vacaciones y resulta que mis padres se han mudado a una nueva casa. Y menuda casa. Una mansión como las hay pocas, con sus obras de arte, sus jardines interminables, un cementerio milenario e incluso zoo. Toda mi familia y la ciudad entera se había reunido para ignaurarla. Hasta ahí todo eran risas y felicidad. Pero como buena peli esa felicidad no podía durar para siempre. Los animales de nuestro zoo privado consiguieron escapar de sus jaulas y sembraron el terror en toda la casa. No solo destruían todo lo que se interponía a su paso, mordían a los invitados convirtiéndolos en animales. Pero no literalmente. Por ejemplo si una zebra te mordía, se producía una mutación en tu fuero interno que te convertía en zebra, aunque tu apariencia no cambiase en absoluto. Un gorila mordió a uno de los jardineros, un gordo calvo con cara de pocos amigos, que quería matarme. Hubo toda una persecución, mostrándome una yo intrépida y valiente (algo que nunca me ha caracterizado).
Pues eso, que no quiero alargarme, al final todo volvió a la normalidad. Todos volvieron a ser personas (dentro de lo que cabe) y los animales fueron recogidos por unos científicos. La casa quedó destrozada y mi madre estaba como una histérica limpiándolo todo, pero en definitiva todo terminó bien. Una buena historia para contar en la cena de navidad.
A veces creo seriamente que necesito ayuda, pero supongo que todos estamos algo perturbados, lo que pasa es que unos lo disimulan mejor que otros.
¿Creíais que os iba a contar todo este tostón sin dejaros algún tema que escuchar? Deleitaros con Skinny Love, de Bon Iver, una de mis canciones predilectas.
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