martes, 12 de junio de 2012

Die by your side

Hace unos días dormí en casa de mi tía. De pequeña solía hacerlo muy a menudo pero por alguna que otra razón dejé de hacerlo. En fin, de nuevo dormí allí. En su bonita urbanización, en su bonita casa rodeada de otras también bonitas, con bonitos jardines y bonitos perros ladrando en cada uno de ellos, con sus dueños leyendo en las bonitas terrazas y admirando sus bonitas vistas. Todo muy bonito, como os podéis imaginar.
Nada más dar un paso en esa casa y ya me siento como una intrusa, una extraña, siempre me ha pasado y supongo que siempre me pasará. Normalmente no suelo acostumbrarme rápidamente a casas ajenas, como si necesitara un tiempo para acoplarme. Pero al final lo hago, aunque no en este caso. Y no es porque no me guste la casa, porque es genial, en serio: luminosa, bien decorada, suelo de madera, cuadros sin enmarcar (me encantan así), llena de comida y un aroma de lo más apacible (una mezcla de jabón de lavar y perfume). Sin embargo, y a pesar de todos mis esfuerzos, no me llego a sentir del todo cómoda.

Es como si me viera obligada a caminar siempre de puntillas, con miedo a romper algo tras mi paso. Un lugar apetecible que no apetece. Algo así me ocurre con The Smiths. Son legendarios, Morrissey es absolutamente increíble, son ingleses, son los preferidos de los protagonistas de 500 días de verano, y les gusta mucho las flores. Los he escuchado una y otra vez, y sí puedo tararear alguna estrofa, mover la cabeza inconscientemente mientras suenan, pero no. No acabo de sentir ese clic. El clic que salta con otras muchas canciones y que sienta tan bien.
Aún así espero que a vosotros no os ocurra lo mismo.


¡Adiós bitches!


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